Lentamente el reloj se acercaba a la media noche, el humo de la taza de café que mantenía en sus manos le humedecía el rostro mientras disfrutaba de su momentánea tranquilidad, en un momento más, cuando el jueves se transformara en viernes, la hora de trabajar llegaría, la adrenalina comenzaría a burbujear como agua hirviendo en el interior de sus venas y la emoción erizaría los vellos de todo su cuerpo formando una suerte de coraza que lo distanciaba de todo sentimiento de humanidad.
Miró hacia la ventana, pero por la distancia a la que se encontraba solo divisó oscuridad, volvió la cabeza conciente de que eso no importaba mucho, sabia perfectamente como iban a suceder las cosas, ya lo había hecho en demasiadas ocasiones como para pensar que las sombras o la luz variarían el resultado. Él prefería trabajar de noche, pero no todas las presas son nocturnas, y si había algo de lo que se enorgullecía, era de su magnifica capacidad de adaptación, por lo que también se había convertido en un gran amigo de la luz.
Lanzó otra mirada, esta vez al viejo reloj que rodeaba su muñeca izquierda, era hora de prepararse, tomó de un sorbo el café que le quedaba en la taza y se puso de pie en busca de un maletín que descansaba sobre la pequeña cama de su también pequeño cuarto. En algunos casos era necesario todo el maletín, pero en esta ocasión solo tomó dos artículos de su interior, una Glock 19 totalmente negra y su respectivo silenciador casi del mismo tamaño, pero de un color más metálico. Encajó el silenciador en el arma, y acto seguido la guardó en su pantalón afirmándola con el cinturón de cuero que siempre usaba, tomó una chaqueta y una bufanda de colores gastados, se colocó ambas frente al espejo y fue en busca de unos guantes que había comprado ese mismo día y que jamás volvería a usar.
Una vez que estuvo listo, dirigió sus pasos hacia una pequeña mesa que se encontraba en una esquina de la habitación, la mesita de madera se encontraba cubierta con dos trozos de genero de colores diferentes, el de más abajo era de un color púrpura intenso, mientras que el superior era de un rojo sangre impecable, sobre estas telas, numerosas velas de múltiples colores y formas permanecían encendidas brindando su luz tenue característica, a sendos costados, colgados desde unos clavos incrustados en las paredes, yacían dos rosarios blancos que caían como cascadas iluminadas por las llamas casi eternas de las velas en el medio de la penumbra, en el centro del elaborado altar, una figura se erguía espectral y orgullosa, un esqueleto humano, investido de la cabeza a los tobillos con las túnicas de la virgen María, una corona adornada de joyas y perlas sobre su cabeza, un rosario de rosas amarillas colgado del cuello, a sus pies, pétalos de flores y en su mano derecha una guadaña; La santísima Muerte.
Se arrodilló frente al altar y dijo: - santísima Muerte, acompáñame en esta ocasión así como lo has hecho siempre, no dejes que mis pasos se desvíen, pues yo soy uno de los que te acompañan en tu labor – apretó con fuerza una cruz con incrustaciones de calaveras, que llevaba colgada al cuello y terminó diciendo: - la muerte es justa y pareja para todos, pues todos vamos a morir – se levantó, tomó sus llaves y se encaminó hacia la puerta…