Noche plena, oscura, las nubes cubren las estrellas y cierran la bóveda del cielo, así los ángeles que ya se han aburrido de ser ángeles no pueden escapar en medio de las tinieblas, en la negrura, tampoco podemos escapar los que nos hemos aburrido de ser humanos.
No hace ni frío ni calor, o yo no soy ni frío ni caliente, más bien tibio, como habría dicho alguno de los secuaces de ese anarquista famoso de hace dos mil años. Afuera de mi ventana, la ciudad vive, como siempre hace las noches de sábado, aunque ya no es sábado, ya debe ser domingo, no lo sé con certeza, aquí no hay relojes, odio esas cosas con toda mi alma, a esta altura debe ser una de las pocas cosas que aun odio, pero se que ya es domingo, la noche me lo dice.
Como siempre, a mi lado derecho, el humo blanco de una taza de té barato asciende desvaneciéndose mientras empaña un costado de la pantalla, infinitamente dulce, relaja mis sentidos, también calma mi mente. Al otro extremo, cerca de mi siniestra, mantengo el libro de turno. Ambos rituales inútiles para un propósito más inútil aun.
Escribo lento, el sonido que llega a mis oídos me obliga a cerrar los ojos y entregarme a escucharlo por completo, a sentirlo, a no perder tiempo en cosas innecesarias, y a admirar las cosas magnificas que tengo al alcance en este momento. Lo haré. Es necesario obedecer a ese tipo de cosas cuando uno siente la necesidad de hacerlo, si no el arrepentimiento es grande. Mas tomaré unos minutos extras y terminaré esta pseudo-hoja-electrónica, también de esto siento necesidad.
Igualmente, tengo la certeza de que la música me esperará, esta noche Beethoven toca para mi, el sonido de su piano me es propio, no por merecimiento pero si por deseo. Además, ¿quien otro podría tocar para mi en una noche como esta?, nadie, solo él tiene melodías lo suficientemente trágicas y dramáticas como para que se sintonicen y mezcle con el ambiente de mi cuarto, de mi cabeza, de mi alma, de mi.
Esta noche lo escucho y prefiero los adagio, incluso los largo, hoy desestimo de sobremanera cualquier allegro, todo sea por la concordancia, por la fusión. Al igual que mis dedos en las teclas del teclado, y los suyos en las del piano, la noche transcurre lenta, casi no se me mueve, quizás por eso la luna se mantiene oculta, el cansancio de iluminar una noche tan eternamente larga, debe ser un suplicio para ella.
Más sonatas corren, los números aumentan, pero la noche no se mueve, dejaré esto, puede que entre las sonatas que faltan y el mundo onírico soporte hasta poder ver el amanecer, y descubrir de nuevo que esta, a pesar de larga, no fue una noche sin final.